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PAELLAS A DOMICILIO EN SANTIAGO Y TEMUCO 09-3427300

El hombre perfectible, si considera incompleta su doctrina o insegura su posición, busca fórmulas nuevas que superen el presente, en vez de cerrar los ojos para volver a los errores tradicionales.  La juventud cuando duda, rectifica su marcha y sigue adelante; la vejez incapaz de vencer el obstáculo, desiste y vuelve atrás.  Es este el gran problema filosófico que en la actualidad tiene entrampada a la sociedad chilena con las FF.AA.  En Carabineros se han modernizado solo los medios técnicos y se han postergado, incluso retrasado los procedimientos y comportamientos morales.

 

En todos los campos de actividad el deseo de perfección impone deberes de lucha y de sacrificio; el que dice, enseña o hace, despierta la hostilidad de los quietistas.  No afrontan ese riesgo los hombres moralmente envejecidos, han renunciado a su propia personalidad, entrando a las filas, marcando el paso, vistiendo el uniforme del conformismo.  Incapaces de esfuerzo, será siempre contra los ideales de la nueva generación, aunándose en defensa de los intereses creados y sintiéndose respaldados por el complejo aparato coercitivo que les proporciona la misma sociedad.  La forma natural de la defensa social será entonces el restar poder coercitivo, por ejemplo restándoles el "ministerio de la fe", o creando otras organizaciones que cumplan esa función social.

 

Amar la perfección implica vivir en un plano superior al de la realidad inmediata, renunciando a las complicidades y beneficios del presente.  Por eso los grandes caracteres morales se han sentido atraídos por una gloria que emanará de sus propias virtudes; y como los contemporáneos no podían discernir la vivieron imaginativamente en el porvenir, que es la posteridad.

 

Camino de perfección es vivir como si el ideal fuese realidad.  Fácil es mejorarse pensando en un mundo mejor; está cerca de la perfección el que se siente solidarizado por las fuerzas morales que en su rededor florecen.  Es posible acompañar a todos los que ascienden, sin entregarse a ninguno se puede converger con ideales afines sin sacrificar la personalidad propia.

 

No es bueno que el hombre esté solo, pues necesita la simpatía que estimula su acción, pero es temible que esté mal acompañado, pues las imperfecciones ajenas son su peor enemigo.  Hay que buscar la solidaridad en el bien, evitando la complicidad en el mal.

 

El hombre perfectible sazona los más sabrosos frutos de su experiencia cuando llega a la serenidad viril, si el hábito de pensar en lo futuro le mantiene apartado de las facciones henchidas de apetitos.  En todo tiempo fue de sabios poner a salvo los ideales de la propia juventud, simplificando la vida entre las gracias de la naturaleza, propicias a la meditación.  Que en la hora del ocaso es dulce la disciplina iniciada por Zenón, renovada por Séneca y Epicteto, practicada por Marco Aurelio, cumbres venerables de la trova ejemplar cuyo ideal cantó Horacio en versos inmortales.  Y fácil es, como desde una altura abarcan a las nuevas generaciones en una mirada de simpatía, no turbada por la visión de sus pequeños errores.

 

Quien tiende hacia la perfección procura armonizar su vida con sus ideales.  Obrando como si la felicidad consistiera en la virtud, se adquiere un sentimiento de fortaleza que ahuyenta el dolor y vence la cobardía.  Todos los males resultan pequeños, frente al supremo bien de sentirse digno de sí mismo.  (No basado en la fuerza o en la cobardía del otro).  La santidad es de este mundo; entran a ella los hombres que merecen pasar al futuro como ejemplos de una humanidad más perfecta.

"Rectilíneo debe ser el servicio de un ideal" y no es un ideal cuando es un trabajo remunerado. Quien ha concebido un arquetipo de "VERDAD" o de "BELLEZA", de "VIRTUD" o de "JUSTICIA", solo puede acercársele resistiendo mil asechanzas que le desvían.  La vida ascendente exige una vigilancia de todas las horas; el favor y la intriga conspiran contra la dignidad de la juventud, apartándola de sus ideales mediante fáciles prebendas.  Toda concesión, en el orden moral, produce una invalidez, todo renunciamiento es un suicidio.  La historia reciente de Chile nos lo comprueba.

 

Avergüenzate joven, de torcer tu camino cediendo a tentaciones indignas.  Si eres artesano evita enlodazarte recibiendo cosa alguna que no sea compensación de tus méritos; si eres poeta, no manches la técnica de tu musa cantando en la mesa donde se embriagan los cortesanos; si eres sembrador, no pidas la protección de ningún amo espera la espiga lustrosa que al encantamiento de tus manos rompe el vientre de la tierra; si eres sabio, no mientas, si eres maestro, no engañes, si eres policía no cometas delitos, ni calles los delitos de tus compañeros.  Pensador o filósofo, no tuerzas tu doctrina ante los poderosos que la pagarían sobradamente; por tu propia grandeza debes medir tu responsabilidad y ante la estirpe entera tendrás que rendir cuenta de tus palabras.  Sea cual fuere tu habitual menester, - hormiga; ruiseñor o león- trabaja, canta y ruge con entereza y sin desvío: vibre en ti una partícula de tu pueblo.

 

Joven Servidor del pueblo, no imites al siervo que se envilece para aumentar la ración de su escudilla.  Desprecia al corruptor, acúsalo y compadece al corrompido.  Desafía, si es necesario el encono y la maledicencia de ambos, pues nunca podrán afectar lo más seguramente tuyo de ti: tu personalidad.  Ninguna turba de domésticos rastreros, puede torcer a un hombre libre.  Es como si una piara (manada de cerdos) diese en gruñir contra el chorro De La Fuente dulce y fresca: el agua seguiría brotando sin oír y, al fin los mismos gruñientes acabarían por abrevarse en ella.

 

Algo necesita cada hombre de los demás; respeto.  Debe conquistarlo con su conducta.  No es respetable el que obra contra el sentir de su propia conciencia; todos respetan al que sabe jugar su destino sobre la carta única de su dignidad.

 

No hay delincuentes respetables, ni inductores, complotadores, cómplices, encubridores, ayudistas y cobardes que guardan silencio u obstruyen la justicia.  Todo es doblemente sancionable cuando proviene de Organizaciones policiales o policías individualmente.  Pierde la autoridad moral y la dignidad y queda destinada a la desaparición toda la organización

 

La firmeza es acero en la palabra y diamante en la conducta.  La palabra es sonora cuando es clara; todos la oyen si la pasión se caldea y a todos contagia si inspira confianza.  La autoridad moral es su eco, la multiplica.  Más vale decir una palabra transparente que murmurar mil enmarañadas.  Los que tienen una fe o una ideología desdeñan a los retóricos y a los sofistas; nunca se construyen templos con filigranas, ni se ganaron batallas con fuegos de artificios.

 

Cuando es imposible hablar con dignidad, solo es lícito callar.  Decir a medias lo que se cree, disfrazar las ideas, corromperlas con reticencias, hacer concesiones a la mentira hostil, es una manera hipócrita de traicionar el propio ideal.  Las palabras ambiguas se enfrían al ir de los labios que las pronuncian a los oídos que las escuchan; no engañan al adversario que en ellas desprecia la cobardía, ni alientan al amigo que descubre la defección.

 

De la palabra debe pasar a la firmeza de la conducta.  No se cansaban los estoicos de recordar el gesto firme del senador Helvitio Prisco.  Pidiole un día Vesasiano que no fuera al Senado, para que su austera palabra no perturbara sus planes.

 

- Está en vuestras manos quitarme el cargo, pero mientras sea senador no faltar‚ al Senado.

 

- Si vais, repuso el emperador, será para callar vuestra opinión.

 

-          No me pidáis opinión y callar‚

 

- Pero si estáis presente no puedo dejar de

pedírosla.

 

- Y yo no puedo dejar de decir lo que creo justo.

 

- Pero si la decís os haré morir...

 

- Los dos haremos lo que está en nuestra conciencia y depende de nosotros.  Yo diré la verdad y el pueblo os despreciará.

 

Vos me haréis morir y yo sufrir‚ la muerte sin quejarme.  ¿Acaso os he dicho que soy inmortal?.

 

Graba este ejemplo en tu memoria Joven Oficial Policial, ahora que eres artesano, estudiante, poeta, sembrador o filósofo.  Probable es que no puedas imitarlo en grado heroico, pero no lo olvides de tu habitual escenario.  Haz de él un mandamiento de tu credo.  Piensa que el porvenir de tu pueblo está en el temple moral de sus componentes.

 

"El que duda de sus fuerzas morales está vencido".  Manos que tiemblan no pueden plasmar una forma, apartar un obstáculo, izar un estandarte.  La confianza en las fuerzas morales debe ser integral para actuar con eficacia.  La vida es lucha incesante para los caracteres firmes, pues los intereses creados reclaman complicidad en la rutina común.  No puede resistir quien teme ceder.

 

Firme es el hombre que sabe corregir sus juicios, reflexionando sobre la experiencia propia o la ajena; voluble es el que sigue las últimas opiniones que escucha o acepta por temor las que otros le imponen.

 

Firmeza es virilidad lúcida, distinta de la ciega testarudez; tan grande es la excelencia del que sabe querer porque ha pensado, como pequeña es la miseria del que se obstina en mantener decisiones no pensadas.

 

La firmeza puesta al servicio de una causa justa, que beneficie a una mayoría sin perjudicar a una minoría, alcanza al heroísmo cuando contra ella se adunan los domesticados y los serviles.  En toda lucha por un ideal se tropieza con adversarios y se levanta enemigos, el hombre firme no los escucha ni se detiene a contarlos.  Sigue su ruta, irreductible en su fe, imperturbable en su acción. Quien marcha hacia una luz no puede ver lo que ocurre en la sombra.

 

Nada deben los pueblos a los que anteponen el inmediato provecho individual al triunfo de finalidades sociales, más remotas cuanto más altas; todo lo esperan de jóvenes capaces de renunciar a bienes, aún contradiciendo a su mujer; a honores aun contradiciendo a su egoísmo y a la vida, antes que traicionar la esperanza puesta en cada nueva generación.

 

"Los jóvenes sin derrotero moral son nocivos para la sociedad".  La incomprensión de un posible enaltecimiento los amodorra en las realidades más bajas, acostumbrándolos a venerar los dogmatismos envejecidos.  Su personalidad se amolda a los prejuicios, su mente adhiere a las supersticiones, su voluntad se somete a los yugos.  Pierden la posición de su yo, la dignidad, que permite abstenerse de la complicidad en el mal.  La historia reciente de cada individuo en Carabineros nos ha demostrado que ha aumentado en un 500% la cantidad de ingreso a otros credos, sectas o religiones no católica, principalmente a los evangélicos.  ¿Qué cree Ud. que induce que cinco veces más Carabineros busquen el refugio en una nueva fe desde 1980?.

 

Se envilece a la juventud aconsejándole el fácil camino de las servidumbres lucrativas. Cierren los jóvenes el oído a esas palabras de tentación y de vergüenza.  Quien ame la grandeza de su pueblo debe enseñar que el buen camino suele resultar el más difícil, el que los corazones acobardados consideran peligroso.  No merecen llamarse libres los que declinan su dignidad.  Con temperamentos mansos que forman turbas arrebañadas, capaces de servir pero no de querer.  Aquí empieza la Ley del Rebaño.  Donde se diluyen las responsabilidades individuales, en la multitud de los iguales.

 

La dignidad se pierde por el apetito de honores actuales, trampa en que los intereses privados aprisiona a los hombres supuestamente libres; solo consigue renunciar a los honores el que siente superior a ellos.  La gacetilla fugaz, el pasquín indecente o el liviano volante promocional, escribe sobre arena ciertos nombres que suenan con transitorio cascabeleo; los arquetipos de un pueblo son los que anhelan esculpir el propio en los sillares de la raza.

 

"No es digno juntar migajas en los festines de los poderosos".  Si jóvenes deshonran su juventud, la traicionan, prefiriendo la dádiva a la conquista.  En toda actividad social, arte, ciencia, incluso en las policías, fórmanse con el andar del tiempo castas de hombres que han llegado a perder su dignidad.  Desean mantener las cosas como están, oponiéndose a cuanto signifique renovación y progreso; son los enemigos de la juventud, sus corruptores.

 

Todos, insisto, todos ofrecen a cambio de la adulación y del renunciamiento, sinecuras en la burocracia, rangos en las academias.  Aceptar es complicarse con el pasado.  Juventud que se entrega es fuerza muerta, pierde el empuje renovador.

 

La burocracia es una podadora que suprime en los individuos todo brote de dignidad.  Uniforma, enmudece, paraliza.

 

NO puede existir moralidad en la nación mientras los hombres se alivianen de méritos y se carguen de recomendaciones, acumulándolas para ascender, sin más anhelo que terminar su vida en la jubilación.  Una casta de funcionarios es la antítesis de un pueblo.

 

Donde los parásitos abundan, se llega a mirar con desconfianza la iniciativa y parece herejía toda vibración de pensamiento, vigor de músculo y despliegue de alas, No se emprende cosa alguna sin el favor del Estado, convirtiendo al erario en muleta de lisiados y paralíticos.  Las andaderas, las muletas y la ortopedia, son disculpables para los niños y para los enfermos, el adulto que no puede andar solo es un inválido; la organización del Estado que no puede andar sola o no cumple sus objetivos no es válida para la sociedad y esta invalidez real debe ser compensada en forma efectista, con falsos méritos, honores y piochas que adornen su magra existencia.

 

Libres son los que saben querer y ejecutar lo que quieren; nunca hacen cosa alguna que les repugne, ni intentan justificarse culpando a otros de sus propios males.

 

Esclavos son los que esperan el favor ajeno y renuncian a dirigirse a sí mismos incurriendo en mil pequeñas vilezas que carcomen su conciencia.

 

"La independencia moral es el sostén de la dignidad".  Si el hombre aplica su vida al servicio de sus propios ideales, no se baja nunca.  Puede comprometer su rango y perderlo, exponerse a detracción y al odio, arrastrar las pasiones de los ciegos y la oblicuidad de los serviles, pero salva siempre su dignidad.  Nunca se avergüenza de sí mismo, meditando a solas.

 

El que cifra su ventura en la protección de los poderosos vive desmenuzando su personalidad, perdiéndola a pedazos, como cae en fragmentos un miembro gangrenado.  Su lengua pierde la aptitud de articular la verdad.  Aprende a besar la mano de todos los amos y, en su afán de domesticarse, él mismo los multiplica, para todo ello, debe mejorar su presentación y su apariencia, ingresando a las filas del hedonismo, que considera al placer como único fin en su vida.

 

Para seguir el derrotero de la dignidad deben renunciarse a las cosas bastardas que otorgan los demás; todas tienen por precio una ABDICACION MORAL.  El mayor de los bienes consiste en no depender de otros y en seguir el destino elaborado por las propias manos.

 

Joven que piensas, estudias y trabajas, que sueñas y amas, joven que quieres honrar tu juventud, nunca desees lo que solo puedes obtener por favor ajeno; anhela con firmeza todo lo que pueda realizar tu propia energía.  Si quieres incar tu diente en una fruta sabrosa, no la pidas; planta un árbol y espera.  La tendrás, aunque tarde, pero la tendrás seguramente y será toda tuya y sabrá a miel cuando la toquen tus labios.  Si la pides, no es seguro que la alcances; acaso tardes en obtenerla mucho más que si hubieras plantado un árbol, y, en teniéndola tu paladar sentirá el acíbar (acidez) de a servidumbre a que la debes.

 

"Las fuerzas morales convergen al sentimiento del deber".  La personalidad solo es coherente y definida a quien llega a formularse deberes inflexibles, que impliquen un pacto rectilíneo con los mandatos de dignidad.  Sin ser Ley escrita, el sentimiento del deber es superior a los mandamientos revelados y a los códigos legales: impone el bien y execra el mal, ordena y prohibe.  Refleja en la conciencia moral del individuo la conciencia moral de la sociedad; en su nombre juzga las acciones, las conmina o las veta.

 

El deber no es una vana premisa dogmática de viejas morales teológicas o racionales.  Más que eso, mejor que eso, es toda la moral efectiva y afectiva, toda la moralidad práctica: un compromiso entre el individuo y la sociedad.  Nace y varía en función de la experiencia social; con ella se encuentra o se abisma.  En la medida en que la justicia va consagrando los derechos humanos, surgen los deberes que son su complemento natural y les corresponden como la sombra al cuerpo.  Puesto que los hombres no viven aislados, es deber de cada uno concurrir a todo esfuerzo que tienda al mejoramiento de su pueblo, desempeñando con eficacia las funciones apropiadas a sus aptitudes.  Por tanto si no tiene aptitudes debe renunciar a esa función en busca de su propia identidad.  El hombre que elude el deber social es nocivo a su gente, a su raza, a la humanidad.

 

En los jóvenes que no deshonran su juventud, los deberes son el reflejo de los ideales sobre la conducta, cuanto más intensa es la fe en un ideal, más imprescindible es el sentimiento que compele a servirlo.

"El deber es un corolario de la vida en sociedad".  Si la moral es social, los deberes son sociales.  Quimérica es toda noción de un deber que no se refiera al hombre y a su conducta afectiva; el deber trascendental, divino o categórico, ha sido una hipótesis ilegítima de las antiguas morales especulativas e intimidantes.  En todas las razas y en todos los tiempos existió el sentimiento del deber, pero manifestado concretamente en deberes variables con la experiencia social, distintos en cada época y en cada sociedad, todos perfectibles, como la moralidad misma.

 

Han aumentado simultáneamente los derechos reconocidos por la justicia y los deberes impuestos por la solidaridad.  Reducir el deber a un mandamiento sobrenatural o a un concepto de la razón, importa substraerlo a la sanción real de la sociedad y relegarlo a sanciones hipotéticas e indeterminadas.

 

Ignorando el origen social del deber, no lo pudieron definir los estoicos, aun concibiendo magníficamente la perfección humana, por desconocer ese origen dieron los dialécticos en construir con genio admirable absurdas doctrinas del deber absoluto.  Absurdas, como todo lo que contradice a la naturaleza.  Si la justicia fuese perfecta en la sociedad, podría concebirse el deber absoluto; pero esa hipótesis no ha sido efectivamente realizada en ninguna sociedad, ni es posible cosa alguna invariable en una realidad que eternamente varía y variará.

 

La injusticia ha existido y existe, creando el privilegio que es violación del derecho.  De ello no se infiere que no ha existido el deber, ni que debe existir respetando la injusticia.

 

El sentimiento del deber, si absoluto en la conciencia del individuo, es relativo en la justicia de la sociedad.  Donde es violado el derecho, tórnase menos imperativo, cuando todos los derechos son respetados, cada hombre se inclina a cumplir sus deberes.  Ninguna fuerza coercitiva impone normas de conducta contrarias a la propia conciencia moral.  La obligación del deber solo reconoce la sanción de la justicia.

 

En efecto, el hombre que dobla su conciencia bajo la presión de ajenas voluntades ignora el más alto entre todos los goces, que es obrar conforme a sus inclinaciones; se priva de la satisfacción del deber cumplido por el puro placer de cumplirlo.  La obediencia pasiva es domesticidad y servilismo sin crítica y sin contralor, signo de sumisión, audacia e insolencia; el cumplimiento del deber implica entereza y valentía, cumpliéndolo mejor quien se siente capaz de imponer sus derechos.

 

Afirmar que el deber es social no significa que el Estado o la Autoridad puedan imponer su tiranía al individuo.  El sentimiento del deber es siempre individual y en él se refleja la conciencia moral de la sociedad; pero cuando el Estado, la Autoridad o los Jefes circunstanciales no son la expresión legítima de la conciencia social, puede consistir el deber en la desobediencia, aun a precio de la vida misma.  Así lo enseñaron con alto ejemplo los mártires de nuestra independencia, de la libertad y de la justicia.  Cuando la conciencia moral considera que la Autoridad es ilegítima, obedecer es una cobardía y el que obedece traiciona a su sentimiento del deber.  Acaso sea ésta la única falla de Socrates en la cárcel, si hemos de creer en la letra de su platónico diálogo con Critón, donde el respeto a la Ley impone la obsecuencia a la injusticia.

 

La sociedad y el individuo se condicionan recíprocamente.  Por el respeto a la justicia medimos la civilización en la primera; por la austeridad en el deber valoramos la moralidad del segundo.  La fórmula de la justicia social es garantizar al hombre todos sus derechos; la fórmula de la dignidad individual es cumplir todos los deberes correspondientes.  Los pueblos nuevos como Chile, persiguen ese equilibrio ideal.  Quien siempre habla de nuestros derechos, sin recordarnos nuestros deberes traiciona a la justicia; pero mancilla nuestra dignidad, quien predica deberes que no son la consecuencia natural de los derechos efectivamente ejercitados.

 

"El rango solo es justo como sanción al mérito".

 

En efecto, en Carabineros el rango debiera ser filosóficamente justo, como sanción del mérito. No van siempre juntos, ni guardan armónica proporción, menos en organizaciones militarizadas y jerarquizadas.

 

El rango se recibe, es adventicio y su valor fluctúa con la opinión de los demás, como las acciones de la bolsa, pues necesita la convergencia de sanciones sociales que le son extrínsecas; el mérito se conquista, vale por sí mismo y nada puede amenguarlo, porque es una síntesis de virtudes individuales intrínsecas.

 

Una madre no es madre porque pare a un hijo, si no hasta cuando este hijo es un adulto honesto que hace el bien a la sociedad.  Cuanto mayor es la inmoralidad social, más grande es su divorcio; el mérito sigue siendo afirmación de aisladas excelencias, el rango se convierte en premio a la complicidad en el mal.

 

Los jóvenes funcionarios que olvidan estos distingos viven geniflexos, rindiendo homenaje al rango ajeno para avanzar el propio; empampanándose de cargos y de títulos medran más que resistiendo con firmeza la tentación de la domesticidad.  Cegados por bastos apetitos llegan a creer, al fin, que los funcionarios de más bulto son los hombres de mayor mérito y se encumbran a medirlos por el número de favores que pueden dispensar.  El aumento de los delincuentes así lo dice.

 

En mérito está en ser y no en parecer, en la cosa y no en la sombra.  Construir una doctrina, arar un campo, crear una industria, escribir un poema, son obras cuajadas de méritos, nimban de luz la frente y en ella encienden una chispa de personalidad: nebulosa, astro, estrella.

 

El mérito del pensador, del sabio, del energeta, del artista, es el mismo en la cumbre o en el llano, en la gloria o en la adversidad, en la opulencia y en la miseria.  Puede variar el rango que los demás le conceden, pero si es mérito verdadero sobrevive a quienes lo otorgan o niegan, y crece, y crece, prolongándose hacia la posteridad, que es la menos injusta de las injusticias colectivas.

 

La servidumbre moral es el precio del rango injusto.  En las generaciones sin ideales, se advierte una sorda confabulación de mediocridades contra el mérito.  Todos los incapaces de crear su propio destino conjugan sus impotencias y las condensan en una moral burocrática que infecta a la sociedad entera.  Los hombres aspiran a ser medidos por su rango de funcionarios; el culto cuantitativo de la actitud suplanta el respeto cualitativo de la aptitud.

 

Cuando el mal es hondo, como ocurre en el fracaso de la lucha antidelincuancia y el crecimiento de la inseguridad ciudadana, adquiere esta inmoralidad estructura de sistema, los individuos se miden entre sí según sus jerarquías, como fichas de valor diverso en una mesa de juegos.

 

El hábito de ver tasar a los demás por los títulos que  ostentan, despierta en todos un obsesivo anhelo de poseerlos y hace olvidar que el Estado puede usar en su provecho la competencia individual, pero no puede conferirla a quien carece de ella.  Se distrae en beneficio propio, en perjuicio del país.

 

En el engranaje de la burocracia, no es necesariamente el mejor economista el catedrático universitario, ni mejor astrónomo el director del observatorio, ni historiador el archivero, ni escritor el secretario, como hemos visto, tampoco es fuerza obligada que sea estadista el gobernante.

 

Las más de estas personas respetadas por su rango, ruedan al anonimato el mismo día en que lo pierden; en esa hora se mide la vanidad de su destino por el empeño que sus serviles domésticos alaban a los nuevos amos que los sustituyen.

 

El hombre que se postra ante el rango de fetiches pomposos, logra hacer carrera en el mundo convencional a que sacrifica su personalidad; lo merece, su destino es frecuentar antesalas para mendigar favores, perfeccionando en protocolos serviles su condición de siervo, obnubilado en la apariencia de los demás.

 

Desdeñen las nuevas generaciones de policías esos falsos valores creados por la complicidad con la ignorancia y en el hartazgo.  Burlándose de ellos, el hombre libre es un amo natural de todos los necios que lo admiran.  Respetando la virtud y el mérito, antes que el rango y la influencia, aprenderán los jóvenes a emanciparse de la servidumbre moral y dedicarán más tiempo y sus mejores esfuerzos en la producción fundacional.  La prevención y el control de la delincuencia.

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